Capitulo 6
Helena la condujo por el bosque durante un largo trecho cuando ya estuvieron lo bastante alejadas del
punto de encuentro paró en seco.
-¿Qué quieres que te enseñe? –Preguntó divertida, Helena parecía estar pasándolo en grande continuamente.
-¿Qué hay que ver aquí?
-No sé, están las pistas de entrenamiento, el comedor, la playa, la escuela –Dicho esto puso cara de asco –La plazoleta, el bosque…
-Empieza por ahí –La cortó Atalanta
-¿Por el bosque? –Gimoteó –No creo que le guste a la jefa, es que además vengo de allí –Dicho esto agitó un paquete envuelto en tela que llevaba bajo el brazo –Si me lo llega a pillar me da algo. Lo que pasa es que sabemos cómo se pone cuándo llega un nuevo, todo lo demás se le olvida.
-¿Y qué es eso? –Preguntó Atalanta señalando el paquete.
Como única respuesta Helena desenvolvió con cuidado su carga,
mostrándola poco a poco. A simple vista parecía un telescopio, pero estaba
dividido en doce discos giratorios semejantes a los un caleidoscopio. Cada
disco era de un color distinto con la marca de un signo de zodíaco escrita en
tinta negra.
Por lo que le explicó Helena, servía para adivinar el futuro. Con mucha paciencia se colocaba cada disco de forma que correspondiese a su situación en el cielo con respecto a los demás signos. Si los discos estaban bien puestos y se apuntaba bien, en el momento idóneo; la tinta negra que dibujaba los distintos garabatos al lado del símbolo se reorganizaba, escribiendo una predicción.
Al parecer, los Alvens –mensajeros de las hadas – Eran los encargados de realizar las compras para la isla, el correo y demás. Uno de los Alvens, Evila, –que parecía ser el héroe de Helena- Se dedicaba a comprarles a los chicos todo tipo de objetos no autorizados. Empezando por una botella de Malibu, pasando por hechizos y pociones para adelgazar, menguar, cambiar de color, etc. Hasta llegar a objetos muy especiales como botas voladoras, capas de invisibilidad, etc. El pequeño duendecillo se había montado un tenderete clandestino en un pequeño claro del bosque a espaldas de Atenea, aunque muchos aseguraban que la diosa solo se hacía la tonta.
Finalmente Helena accedió a llevar a Atalanta a la casa que se le había asignado. Atalanta se moría de hambre y sueño y le resultaba imposible seguir la enorme vitalidad de Helena. Además la chica le aseguraba que iba a “casa” pero su casa estaba a kilómetros de allí y no podía volver. ¿Qué clase de lugar llamaban casa allí?
Al final llegaron hasta el tronco del árbol más enorme que Atalanta se hubiese imaginado jamás. Las primeras ramas comenzaban a ocho metros aproximados del suelo. El diámetro del tronco tendía seis metros más o menos y la copa se extendía por el cielo tapándolo casi del todo, sobresaliendo por encima de los demás árboles.
-Pues nada ¡Bienvenida a casa! –Gritó Helena, mañana nos vemos y te enseño lo demás. ¿Te gusta?
Pero Atalanta no tuvo tiempo de responder, el tronco de partió de golpe permitiendo ver una pequeña sala en cuyo centro había una chica preciosa. De altura medía, con larga cabellera castaña lisa, peinada con dos trencitas que se unían por detrás despejándole la cara y dejándole el resto de la melena suelta. Su piel era muy blanca con la respingona nariz salpicada de pecas. Al ver a Atalanta abrió sus enormes ojos almendrados y la abrazó con fuerza antes de que nadie más pudiese reaccionar.
Atalanta no comprendía aquella alegría y el gesto burlón de Helena no
aclaraba nada.
-Dios por fin –Sollozó la chica de los ojos avellana –Creí que no vendrías, llevábamos tanto tiempo esperándote –Al ver la cara sorprendida de Atalanta se separó un poco
–Perdona, debes estar muy confusa.
Atalanta no dijo nada. Un detalle la tenía ensimismada, el pelo no lograba taparle a la chica del todo las orejas puntiagudas, tampoco era humana. Salvo Helena (y ni siquiera estaba segura de que lo fuese) ningún otro ser vivo visto desde la pasada tarde había sido humano.
Helena se removía inquieta intentando pasar desapercibida, la chica de las orejas puntiagudas la miraba con adoración y todo se sumía en un incomodo silencio.
-Bueno, yo ya te dejo –Dijo Helena finalmente –Esta noche me pasaré a recogerte.
-Helena –La detuvo la chica morena–Nada de llevarla a sitios raros ¿Entendido? –Aquello le sonó como su madre
-Flo –Contestó con su desparpajo habitual –En esta isla lo más apasionante que hay son los hombres marinos –Añadió guiñando un ojo a Atalanta.
-Nos conocemos
-Un placer, At. Y dicho aquello se marchó corriendo dejándolas solas. Desde luego era guapísima con un aire dulce pero salvaje.
-Soy Florinda –Se presentó –Pero llámame Flo, odio ese nombre. Soy una ninfa del bosque, en cargada de proteger mi árbol –Dijo abarcado con un gesto de a mano el imponente árbol –Y a quien lo habita –Dicho esto miró a Atalanta sonriente.
-¿Quién lo habita?
-Sí, si te fijas te darás cuenta de que este árbol es algo más grande de lo normal.
-¡Es como veinte veces más grande de lo normal!
-Pues para eso, para que sirva de morada a los representantes, vosotros. Las ninfas velamos estos árboles. Somos por así decirlo vuestros compañeros de piso.
At asintió y Flo abrió de nuevo la base del tronco. Una vez hubieron entrado el tronco se cerró dejándolas en una pequeña habitación. La sala estaba sin amueblar, solo servía como descansillo para unas altísimas escaleras de caracol. Flo comenzó a subir los escalones con excesiva alegría mientras Atalanta la seguía con pocas ganas de moverse y mucho menos de subir diez unos cinco pisos de escaleras.
Hola me encanta tu historia necesito el capitulo 7 ya
ResponderEliminarPor supuesto, una vez acabe los exámenes subo, lo juro :)
ResponderEliminarme encantaa, sta super interesantee, porfii si tienes un huequitoo pasate por mi blog:
ResponderEliminarhttp://lari-zapatos.blogspot.com.es/