Capitulo 4
Despertó
agarrada a un tablón procedente del barco, por todas partes había restos de
este flotando. Buscó con la mirada a lo que la había salvado, finalmente la
vio.
A unos
metros de ella había una joven sentada en un madero. La miraba fijamente con
dos brillantes ojos de color negro. Iba desnuda, dos largos mechones de pelo
ondulado le cubrían el pecho. No dijo nada al ver a Atalanta, seguía callada,
mirándola con cara inexpresiva. Sin embargo algo llamó la atención de la joven;
su salvadora carecía de piernas, a su vez tenía una gran cola de pez color
naranja chillón.
-¿Me has
salvado? –Preguntó temerosa
La mujer
asintió sin mediar palabra.
-Gracias
-Las dos se quedaron mirándose fijamente -¿Qué ha pasado?
-Llegué a
tiempo para sacarte
-¿Tu les
ahuyentaste?
-No, eso lo
hiciste tu sola, yo solo evité que te ahogases –Al ver la cara de incredulidad
de Atalanta exclamó -¡Aun no sabes lo que eres! –Se cayó de repente y volvió a
su semblante inexpresivo –Bueno ya te lo explicaran cuándo llegues.
-¿Qué
llegue? –Exclamó desesperada -¿A dónde? ¿Y que soy según tu?
-Eso no me
acontece a mí decírtelo. Y no sé a dónde vas, ni idea de donde os llevan, no
formamos parte de vuestro entorno.
-Pero…
Entiéndeme, esto es extraño, tú eres una sirena…
-¿¡Me has
llamado sirena!? –Parecía realmente molesta.
-¡Es lo que
eres! ¿No? –Atalanta estaba perdida, la ropa helada se le pegaba al cuerpo. Aun
no había podido salir del agua.
-¡No soy una
sirena! ¿Cómo has podido confundirme con…? ¡Soy una Merrow, no una sirena!
–Estaba completamente roja y parecía que casi estaba a punto de llorar.
-¿Merrow?-
Atalanta nunca había oído ese nombre -¿Qué es eso…? –Entonces se calló al mirar
a su salvadora -¿Cuál es la diferencia?
-Pues… la
más notable es que una de ellas hubiese esperado a los Merrow te matasen para
convertirte en su almuerzo, yo en cambio te he puesto a salvo –No parecía estar
muy orgullosa de ello –Ellas pueden cantar, nosotras no y…
-¿Has dicho
Merrow? -Chilló Atalanta -¿Los que me atacaron eran Merrows? Pero…
-Ellos eran
machos y yo hembra. Provenimos de la mitología irlandesa, nosotras protegemos a
los hombres, pero los Merrow coleccionan sus almas. No sabes la suerte que
tenéis las humanas con los hombres…
-No sé yo…
-Pero calló al ver la cara de ensueño de su compañera –Entonces vienen a
recogerme… ¿Quién si puede saberse?
-No lo sé
–Se encogió de hombros –Yo solo mandé la señal.
La Merrow
volvió a callar y a trenzarse los cabellos. Atalanta se subió a un madero y
observó el tobillo, no sangraba, pero le dolía excepcionalmente y el corte era
más profundo de lo que se imaginaba.
Entonces
levantó la cabeza y vio una gran figura que se acercaba por el aire.
-Ya vienen,
prepárate. Buena suerte
-¡Espera! Dime al menos como te llamas –La Merrow se
giró y miró a Atalanta directamente a los ojos.
-No te
conviene saberlo
-Pero me has
salvado…
-Pues no me
conviene que lo sepan –Y un segundo antes de zambullirse gritó –Selemnash, pero
olvídalo pronto.
La muchacha
se hundió en las profundidades del mar al tiempo que un enorme animal alado
aterrizó sobre la superficie del agua. Tenía la cabeza las alas de una imponente águila y el cuerpo
y las patas de un elegante caballo.
No daba
crédito a lo que veía. Aquel año había leído sobre mitología griega y aquello
era un hipogrifo sin duda.
Atalanta fue
dando pequeñas brazadas hasta colocarse a su lado. El animal estaba muy
concentrado observando observado los peces que surcaban el agua de modo que ni
la miró. Con decisión se agarró al cuello de la criatura que dio una sacudida al
notar el tirón. Atalanta salió disparada y de nuevo el animal se colocó de
espaldas a ella.
-Por favor
–Suplicó, deseaba marcharse cuanto antes –Me tienes que sacar de aquí -Casi
podía notar a los Merrow volviendo a por ella
El hipogrifo
se hundió lentamente en el agua, de modo que su lome quedó a la altura de
Atalanta, la había entendido. Con cuidado montó al animal y se deleitó
acariciando las suaves plumas de seda que le coronaban el cuello.
Las alas del
hipogrifo comenzaron a moverse, sus platas dejaron de tocar el agua elevándose
lentamente por encima del mar. Al principio no paraba de ascender y Atalanta se
agarraba con fuerza al cuello de su “transporte”, nunca había visto nada igual.
Desde allí se veían las olas moverse y enormes bancos de peces avanzar
relucientes por el mar.
A pesar de
la belleza del paisaje el viaje se le hizo larguísimo. Pensó en sus padres en
su hermano y sobretodo en su abuelo. Atalanta se preguntó si los volvería a
ver.
Entre el
plumaje del cuello encontró un collarín de cuero rojo del que prendía una
chapita. En ella se podía leer:
“Kriki.
Nacido el 18-6-08. Vacunado”
Durante todo
el trayecto Kriki no paró de hacer volteretas, caídas en picado y loopings en
el aire, además de alguna que otra zambullida que lograron que Atalanta
olvidase el hambre y la sed que comenzaban a acosarla.
Alzó la
cabeza. El sol empezaba a alzarse por encima del mar. Los rayos comenzaban
anaranjados y se aclaraban en amarillo hasta el blanco que después pasó a rosa,
todo separado por una fina línea malva que separaba el espectáculo de color del
cielo nocturno oscuro. Nunca había echado tanto de menos su cámara.
Apretó los talones contra el costado de Kriki que aumentó la velocidad. Por fin se lanzaba a la aventura que siempre había soñado. Dejaba atrás a todos sus conocidos, su casa, su vida… Era libre, sobrevolaba el cielo siendo completamente libre.
Alzó los brazos y gritó, gritó para desahogarse, olvidar que dejaba su casa, que la habían atacado, que los cuentos de hada se hacían reales., que volaba a un lugar desconocido y que jamás volvería a vivir como antes.
Pero no solo gritó por eso, gritó porque notaba el cambio y como algo en su interior se removía y ella gritaba para liberarlo.
Rugió
Rugió no como una humana, sino como una autentica leona.
Al principio la asustó el sonido, pero sentía como se liberaba aquella tensión, le gustaba.
Por fin llegó a su destino. A lo lejos se veía una gran extensión de tierra. A la media hora Kriki comenzó a descender, al principio se extendía una playa rocosa, pero más adelante solo había bosque y más bosque de altísimos árboles. En el centro había doce copas de árbol que sobresalían por encima de los demás. Al fondo una enorme montaña con una cumbre nevada.
El hipogrifo se posó suavemente en un claro. Atalanta saltó de su lomo y cayó al suelo cuando su tobillo le falló. Kriki no cesaba de saltar y juguetear, pero ella no estaba tan tranquila. La soledad del lugar no le gustaba. Dio una pequeña vuelta para inspeccionar la zona y cuándo se giró para mirar a Kriki vio a una elegante mujer vestida con una túnica blanca que acariciándole las plumas del cuello.
Apretó los talones contra el costado de Kriki que aumentó la velocidad. Por fin se lanzaba a la aventura que siempre había soñado. Dejaba atrás a todos sus conocidos, su casa, su vida… Era libre, sobrevolaba el cielo siendo completamente libre.
Alzó los brazos y gritó, gritó para desahogarse, olvidar que dejaba su casa, que la habían atacado, que los cuentos de hada se hacían reales., que volaba a un lugar desconocido y que jamás volvería a vivir como antes.
Pero no solo gritó por eso, gritó porque notaba el cambio y como algo en su interior se removía y ella gritaba para liberarlo.
Rugió
Rugió no como una humana, sino como una autentica leona.
Al principio la asustó el sonido, pero sentía como se liberaba aquella tensión, le gustaba.
Por fin llegó a su destino. A lo lejos se veía una gran extensión de tierra. A la media hora Kriki comenzó a descender, al principio se extendía una playa rocosa, pero más adelante solo había bosque y más bosque de altísimos árboles. En el centro había doce copas de árbol que sobresalían por encima de los demás. Al fondo una enorme montaña con una cumbre nevada.
El hipogrifo se posó suavemente en un claro. Atalanta saltó de su lomo y cayó al suelo cuando su tobillo le falló. Kriki no cesaba de saltar y juguetear, pero ella no estaba tan tranquila. La soledad del lugar no le gustaba. Dio una pequeña vuelta para inspeccionar la zona y cuándo se giró para mirar a Kriki vio a una elegante mujer vestida con una túnica blanca que acariciándole las plumas del cuello.
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